Natalia Acebes Cuéllar
Leo los últimos mensajes de whatsapp y uno de ellos me llena de rabia, de pena y de tristeza. Es lunes 15 de enero de 2024 y lo que ya nos esperábamos ha llegado. Se han cargado sin escrúpulos nuestra Pesquera, parte de nuestro patrimonio y de nuestro pueblo. De nada han servido las manifestaciones de nuestra gente, de nada han servido las peticiones justificadas para evitar la demolición de este paraje. No hemos obtenido respuestas a nada. Querida Confederación Hidrográfica del Duero, estarás satisfecha. Te has salido con la tuya haciendo caso omiso a las reclamaciones. De nuevo, las leyes desde arriba hechas por los de arriba, pero sin contar con el pueblo, como en los viejos tiempos y eso que dicen que hemos evolucionado.
No hay dinero para limpiar los cauces de los ríos, ni para limpiar los pinares, ni para acondicionar el campo, ni los caminos, ni para mejorar los servicios rurales, ni un largo etcétera, pero sí hay dinero para entrar en el río, derribar un azud alegando que ya no se usa y dejar el acceso totalmente destrozado. Nos preguntamos cuántas cosas no se usan y se mantienen porque forman parte de un pueblo.
Nuestra Pesquera era, y nunca mejor dicho, un reclamo turístico y un paraje que se había conservado desde generaciones. Era nuestro “locus amoenus”. Desde hace más de 400 años los valleladenses presumían de este bonito paraje, convertido en playa en los meses estivales y era el destino final de una buena caminata desde el llamado “Puente viejo”. Qué pena que nuestros hijos y nietos ya no lo puedan disfrutar y cómo pasará al olvido, es decir, a la nada. Como decía Góngora te convertirás en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada. Ya no podremos repetir ese acto que era una tradición “el día de las patatas”. Ese día todos decíamos “vamos a dar un paseo hasta la Pesquera. Ni tampoco podremos ofrecer a nuestro invitado un paseo hasta la misma; ni nuestros hijos podrán volver a refrescarse allí en el período estival.
La Pesquera formaba parte de nuestra historia y hoy, como si de un terremoto se hubiese tratado, nuestra Pesquera se ha venido abajo , las máquinas se han encargado de ello, y ya el agua se encargará de seguir su curso y la Pesquera solo vivirá en la memoria de los que tuvimos la suerte de disfrutarla. La Pesquera, en silencio, se ha ido, sin más.
“Dichoso el árbol que es apenas sensitivo y más la piedra porque esa ya no siente…” decía Rubén Darío en su poema “Lo fatal”. La Pesquera no ha sentido, pero yo, sí siento, y siento decepción. Decepción de las políticas que hacen y deshacen, decepción de las ayudas al mundo rural y a sus gentes, que pocas veces llegan. No son reales. Solo palabras. Ficción.
Uno de mis deseos para el Año Nuevo era poder seguir disfrutando de la Pesquera. Pero qué pronto se ha esfumado, qué efímero, como la vida misma. Con ilusión y cierta esperanza me acerqué el día de Nochevieja a la Pesquera para retratarme con ella. Fue como un anhelo de hermanamiento con la misma, sabiendo que posiblemente su fin estaba cerca.
Gracias, antepasados, porque tuvimos la suerte de disfrutar de un paraje que ya es el decorado de muchas aventuras y desventuras. El decorado que forma parte ya de un pasado y sin futuro.