El primer número de la revista "Mar de pinares", vio la luz en el verano del año 2002. Editada por la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar, con el fin de promocionar los pueblos que la forman, así como dar a conocer el arte, la vida, la gastronomía, etc, de todos ellos.
El último número salió en el otoño de 2008. La publicación se distribuía por los distintos pueblos de la comunidad de manera gratuita. El que suscribe colaboró de forma desinteresada con algunos artículos.
Os pongo uno de estos artículos publicados, sobre Vallelado.
¿QUE FUE DE LOS RESINEROS?
(Publicado en la Revista Mar de Pinares en el otoño de 2007)
Este artículo, se publicó en unos años en que la resina tenía poco valor y no resultaba rentable su extracción, por lo cual el oficio de resinero estaba casi al borde de la desaparición. Hoy,felizmente parece que vuelve a estar en auge y nuestros pinares siguen oliendo a la bendita resina y el trabajo del resinero es más rentable.
Ángel Fraile de Pablo
Estos pinares están documentados ya, al menos en los años de la repoblación de Cuéllar, a partir del siglo XIII, donde convivían también montes de encinas y otras especies, ahora raras por estos lugares. La explotación que se hizo de ellos durante siglos, era básicamente para abastecer las viviendas, tan necesitadas de leña en los crudos inviernos, así como para la fabricación de aperos y útiles de labranza, pequeño mobiliario para las casas, vigas, postes, etc. La variedad de pino que predomina es el “pinus pinaster”, aquí llamado negral o resinero, siendo el pino piñonero o “pinus pinea”, menos frecuente; en los últimos años es más apreciado este último ya que de él se obtienen los sabrosos piñones, bien conocidos en nuestra zona, siendo en el pueblo de Pedrajas de San Esteban donde se elaboran la mayor parte de la producción nacional y desde donde se distribuyen por toda España para su consumo en la cocina y en la fabricación de sabrosos dulces.
Ya en el siglo XVIII, nos cuenta D. Pedro Ucero, boticario de Cuéllar en aquellos años, que el pinar era muy respetado, pues todas las partes del pino eran apreciadas en los pueblos de esta extensa comarca: Con la raíz resinosa, y con un fuerte y agradable olor, se hacían “teas” para alumbrar las casas. La corteza o “roña”, se molía y usaba como aislante en paredes y suelos; el tronco para la fabricación de tablas, muebles, vigas; las ramas del pino, conocida como “ramera”, una vez seca, servía para atizar los numerosos hornos, que no faltaban en cada vivienda, así como para cocer el pan y hacer sabrosos dulces en ciertas épocas del año.
Llegada la primavera, cuando todavía no se conocían los modernos métodos de resinación, los pegueros hacían una incisión con un hacha en el tronco del pino para que éste destilara su sangre o “miera” que luego sería transformada en la apreciada “pez” que se cocía en las numerosas pegueras que tenían todos los pueblos. La pez, se usaba para impermeabilizar las cubas de vino así como los cascos de los barcos. Ni que decir tiene que esta herida que se hacía en el pino terminaba con la vida del mismo. Decía D. Pedro Ucero, gran amante y defensor de nuestro pino: “Murió este árbol por hacer bien al hombre, y aun después de muerto nos servimos de él, ya para la lumbre, ya de su madera para artefactos”.
Ucero, define la miera como: “una sustancia resinosa, pesada, tenaz, crasa, transparente, de consistencia de miel, sabor acre, amargo y nauseoso, de color rubro cándido”
En España comenzó a trabajarse el pinar para la extracción de resina de forma industrial, a mediados del siglo XIX. El método que primero se utilizó es el llamado “Hugues” que fue exportado de la zona francesa de Las Landas; La incisión para la extracción se hacía con una “azuela”, herramienta con la que se iban sacando unas finas “virutas” de madera, también llamadas en otras zonas “serojas” o “zarandajas”. Este método requería de un aprendizaje y una gran habilidad, así como de gran fuerza física. El pino sufría mucho y con los años llegaba a secarse, además una vez seco, la madera no podía aprovecharse más que como leña. En los años 70 comienza a decaer esta industria por diversos motivos: La gente joven no se incorpora por lo costoso del método, la poca rentabilidad, la competencia de los productos derivados del petróleo, etc., y todo ello conduce a que muchos resineros abandonen este trabajo.
Este oficio durante muchos años era trasmitido de generación en generación, de abuelos a padres y de padres a hijos. En Vallelado han vivido de él multitud de familias. Así hemos conocido a Alejandro Velasco que enseñó el oficio a sus hijos y casi todos ellos han sido resineros: Ciriaco, Vidal, Marcos, Ángel, Eutimio y Alejandro. Mariano Herrera junto con sus hijos Sabinia y Juanito, Paulino Sacristán con Justino, Ángel y Benjamín; Pablo Fraile con Abilio, Víctor, Gonzalo, Pascual, Rescesvinto, Juan Carretero, y muchos más.Los pocos resineros que van quedando en estos principios del siglo XXI, en toda esta tierra, utilizan ya desde hace años un método que no requiere tanta técnica, ni esfuerzo físico, es el llamado “Pica de Corteza” donde es usado un ácido de color blanquecino, ya que se mezcla con escayola, y que se aplica al pino una vez desroñado este. El ácido estimula la producción de resina, y deja el pino casi intacto para que pueda después ser utilizado para madera, al final de su vida.
Nos cuenta Juan Pablo, de Vallelado, que ha heredado el oficio de su padre, y que es uno de los pocos jóvenes que todavía sigue como resinero, desde luego es el único que trabaja los pinares de Vallelado, que la “mata” de pinos que abre es de unos 5000 pies y que cuando se trabajaba con el antiguo método utilizando la azuela, cada resinero llevada una mata de 3500 pinos en cada temporada.
La campaña suele comenzar a principios del mes de marzo con la preparación de los pinos. Se iba al pinar de madrugada, generalmente a lomos de burro, para poder llevar las herramientas, así como el agua y la comida para pasar el día.El primer año se comienza a remondar por la base; la primera tarea era desroñar el pino, que consistía en quitar la gruesa corteza o roña con el “barrasco”, hasta que quedaba a la vista la madera; con la “media luna” se hacía una hendidura para colocar una fina “chapa” que recogería la miera para depositarla en un recipiente o “pote”, generalmente de barro y que se sujetaba con una punta en la base, y así pino a pino hasta dar la vuelta a toda la mata de ese año. Una vez acabado este trabajo que podíamos de decir de preparación, se empezaba de nuevo “la mata” haciendo la primera “pica” o “remonde” con la “azuela, o “escoda”, donde con buena técnica se sacaban virutas más largas o más cortas, dependiendo de la maestría de cada uno; estas virutas estaban muy cotizadas y la gente iba a recogerlas, pues eran de gran ayuda a la hora de encender el fuego de la lumbre.
Poco a poco, y cara a cara el resinero iba dando vueltas y vueltas sin dejar ni un pino sin picar. Es difícil pensar que no se dejaran ninguno sin trabajar, pero conocían el pinar como la palma de la mano, casi se podía decir que conocían uno a uno todos los pinos. Cada 15 o 20 días, había que recoger la miera pote por pote, con una especie de carretillo y unas latas metálicas para después vaciarlas en las cubas donde se transportaría a la fábrica; las cubas en un principio eran de madera de pino, por supuesto, al igual que las que se usaban para el vino y más tarde metálicas. En pleno verano era frecuente que hubiera tormentas por lo que los potes se llenaban de agua, y había que dar una nueva vuelta para quitar el agua de la miera; el agua que es más pesada que la miera caía al fondo del pote y la resina quedaba arriba por lo que había que ir uno a uno y con cuidado tirar el agua. En el trabajo de la recogida de la miera, a veces colaboraba toda la familia, la mujer e hijos del resinero, ya que este trabajo no requería tanta técnica ni esfuerzo. Con el método de “pica de corteza” o “ácido”, cada “pica” se hace cada 10 días, y en pinos buenos se llegaba a llenar el pote. Durante toda la campaña vienen a hacerse de 15 a 20 picas en cada pie.
Llegado el mes de noviembre, generalmente por los Santos, se acababa la campaña. La mayor o menor producción en un determinado año, depende de varios factores, como son el terreno donde se sitúa el pino, la climatología, si la primavera ha sido favorable en lluvias, etc. Existe y existía la creencia de que cuando había nublados, se “cortaba la vuelta” y el pino echaba menos miera.
Actualmente la única fábrica que se dedica a la transformación de la resina, es la “Unión Resinera” en Coca. Otras fábricas ya desaparecidas fueron: En Navas de Oro, Hermanos Crespo y Basilio Mesa; en Cuéllar, la fábrica de los Suárez; En Viana de Cega, La Unión Resinera,
Pocos días de descanso tenían los afanados resineros. Por entonces no había tiempo de pensar en vacaciones, y menos en un tiempo de verano que era cuando había que dar el callo. Sin embargo a mediados del mes de septiembre y coincidiendo con la festividad de Nuestra Señora del Henar, los resineros iban a agasajar y dar gracias a su patrona, la Morenita, como ellos la llamaban cariñosamente. Allí se daban cita resineros de toda España. Fue en el año 1958 cuando el papa Pío XII proclamo a la Virgen del Henar patrona de las resinas españolas.
En estos tiempos, llamados modernos, el pinar ya no tiene la rentabilidad económica que se daba hace 30 años. Muchos municipios de nuestra tierra, llenaba sus arcas gracias a la subasta de la resina de los pinares de propios, así como de las cortas controladas de madera, y aunque los pueblos siguen con sus pinares, las arcas se encuentran casi vacías. Las nuevas generaciones deberán de cuidar y dar un utilidad a nuestros pinares, aunque no vean una rentabilidad económica a corto plazo, pero mirando hacia una rentabilidad de tipo medioambiental, en una época en que el medio ambiente y el cambio climático van a marcar las pautas del futuro de todos.