domingo, 17 de agosto de 2014

ARTÍCULO REVISTA LA VILLA "LA ULTIMA POSADA DE VALLELADO"


LA ÚLTIMA POSADA DE VALLELADO
        
           Ángel Fraile de Pablo

         El tiempo pasa inexorablemente para todos, y unas costumbres van dando paso a otras nuevas, ni mejores ni peores, sino más acordes con la forma de vida actual. Ciertas palabras que eran muy usadas antaño,  se van difuminando en la memoria, y lo que antes era habitual y nos sonaba familiar,  se va transformando en recuerdos más o menos lejanos. Para los más mayores, que vivieron en primera persona aquellas formas de vida, estas permanecerán en su memoria,  como una parte importante de sus vidas.
         Recordamos ahora,  dos palabras que tenían mucho en común, como eran las "posadas" y las "Ventas".  Si abrimos el diccionario veremos que define "Posada",  como ... "Lugar donde por precio se hospedan o albergan personas, en especial arrieros, viajantes, campesinos, etc.". En cambio  de la palabra "Venta" dice claramente que es... ..."La casa establecida en los caminos y despoblados para hospedaje de los pasajeros".

         Posada viene de posar, y ésta deriva del latín pausare que significa detenerse. Todas estas palabras con significados similares  tienen en común  el reposo y  el descanso,  para poder continuar el trabajo o el viaje de la persona que allí se alojaba.
         Atrás en el tiempo, quedan aquellos penosos viajes para trasladarse de unos lugares a otros. Los traslados, eran lentos y difíciles, debido a los medios de locomoción y a los malos caminos. Suponían largas jornadas  por caminos polvorientos, y de difícil tránsito, sobre todo en invierno y en épocas de lluvias. Entonces, parecía que se disponía de más tiempo, o mejor, el tiempo era considerado en su justa medida y no nos producía estrés o angustia. En estos lugares había que hacer noche como si de grandes hoteles se tratara. En muchos pueblos y caminos estaban estas posadas y ventas, dando servicio a viajeros y caminantes.
         Estamos en el siglo XXI y hace ya años que dejó de dar servicio la última posada en Vallelado, suponemos que por falta de clientes.
         Dos han sido las posadas que las personas más mayores han conocido en Vallelado. Una estuvo situada en plena plaza Mayor, en un edificio ya desaparecido, frente a la entrada de la iglesia actual. Tenía una gran fachada que llegaba hasta la carretera, e incluía además el terreno donde hoy se sitúa el Bar Vicente.
         Gregorio de la Calle y su mujer Tomasa Muñoz fueron sus propietarios. El edificio era amplio, pues además tenía grandes cuadras donde poder resguardar las caballerías, que eran la fuerza motriz mayoritaria, cuando no existían los vehículos a motor. Los coches de línea no habían llegado aún y la única empresa que se dedicaba al transporte de viajeros entre Segovia y Valladolid eran  coches tirados por caballos que tenían la empresa Galo a principio del siglo XX y que transitaban el camino que unía las dos grandes ciudades, seguramente todo lleno de baches.
         Gregorio de la Calle, era muy aficionado a la pelota, cosa bastante común en Vallelado, por entonces. Se le daba bien y era un gran jugador. En general, el frontón para jugar a mano, estaba situado en muchos pueblos en plena plaza mayor, y donde no había un trinquete como tal, se utilizaban las paredes de la iglesia, como era el caso de Vallelado. Además existieron además  dos frontones particulares.
         El lateral de la iglesia que miraba al mediodía, era conocido por los mayores como "el trinquete" o "el juego de pelota". como todavía es conocido por algunos. En toda la comarca se conocían los mejores jugadores de pelota a mano, y de vez en cuando iban de unos pueblos a otros, sobre todo en las grandes festividades de cada pueblo, a demostrar su buen juego a todos los aficionados.  

         En Peñafiel, retaron dos gitanos a Gregorio a un partido de pelota, y a ellos se enfrentó, no mano a mano, como sería lo normal,  sino dos a uno; Gregorio ante los dos. El partido fue muy disputado hasta el final. Tan solo quedaba un tanto para finalizar el partido y estaban empatados. Le tocaba sacar a Gregorio, el "tío Coco". Hizo un saque tan espectacular, y con tanta fuerza, que los dos contrincantes,  no tuvieron ocasión de devolver la pelota,  quedando el público sorprendido de la fuerza de dicho saque y hasta donde había llegado la pelota. El partido finalizó quedando como ganador Gregorio. Cuentan, que donde votó la pelota, hicieron una marca clavando una piedra,  y durante muchos años allí permaneció, para asombro de todos, pues dicen que nadie nunca había hecho un saque similar. La fama de Gregorio recorrió toda la comarca.
         Tomasa y Gregorio tuvieron  8 hijos: Prudencio, Francisco, Teófilo, Pedro, Eugenia, Evaristo, María y Mariano.  Hace ya más de 60 años que desapareció esta posada, y en el lugar que ocupaba se construyeron nuevas viviendas.
         La última posada que hemos conocido en Vallelado, estuvo regentada los últimos años por Agripino y Lidia. Ya lleva muchos años, que también cerró.  
         Vallelado, no se encuentra situado en ningún cruce importante de caminos, pero tenía la particularidad en aquellos años, (cuando las comunicaciones eran básicamente con animales de tiro y carga)  que  se encontraba equidistante a lugares comerciales importantes como Valladolid, Medina del Campo, y la ciudad de Cantalejo, centro importante del comercio de la zona . La distancia a esos lugares era de unos 45 km, que era lo que  podía cubrir en un día una caballería, antes de descansar y poder continuar viaje.

         Cuando los vehículos y camionetas empezaron a generalizarse, por los años 70 del pasado siglo,  las posadas y ventas se hicieron menos necesarias, pues muchos de sus clientes ya no tenían que hacer noche y volvían a su casa de regreso al terminar la jornada.  La última posada de la que hablamos estaba situada muy cerca de la plaza Mayor, en la C/ Constantino Arranz, frente a la plaza de Modesto Fraile. El edificio que acogió a tantos y tantos clientes, hoy se conserva tal cual y allí habitan los antiguos propietarios.
         Manuel Arranz y su mujer Abdona Muñoz (Sra. Dona), fueron los que inauguraron este establecimiento. Con el tiempo pasó a uno de los hijos, Modesto Arranz , casado con Isabel  Sacristán.  Además de posadero, Modesto era barbero y allí acudían regularmente a afeitarse los hombres, una vez a la semana, o en vísperas de grandes festividades.  Más tarde regentaron el negocio de la posada, su hijo Agripino y Lidia Velázquez,  su mujer.
         Durante todo el año, por allí pasaban gentes de diversos lugares y con oficios y ocupaciones muy diferentes: Tratantes de ganados, carpinteros y trilleros de Cantalejo, tratantes de cerdos de Salamanca, aceituneros, pimenteros de la comarca extremeña de la Vera,  silleteros, capadores, especieros,  mieleros, cacharreros, chocolateros,  marraneros de Matapozuelos, de Palazuelos de Vedija, tenderos de Bernardos, y un sinfín de profesionales que llevaban sus productos a vender por los distintos pueblos. Muchos de estos comerciantes eran muy conocidos en la comarca por sus apodos o motes. Por aquí pasaban cada año la tía Melitona de Cantalejo y  el Tío Manos negras, etc.
         Allí comían y pernoctaban, al igual que las caballerías, que reposaban en las numerosas cuadras que tenían en el corral, que muchas veces no eran suficiente para tanto ganado.
         Generalmente, todos los inquilinos comían  en la misma fuente, al menos en los primeros años y las más de las veces se disputaban, entre ellos las pocas tajadas que contenía el guiso.  El hambre de entonces, era necesidad, y al comer en la misma fuente, a veces quedaban a un lado las mejores tajadas, y cuando alguno se despistaba un poco, mientras empinaba la bota de vino,  con la vista al cielo, los compañeros volvían la cazuela para que las tajadas quedasen de su parte, con las consiguientes discusiones.
         Dormían en sacas de paja, en el suelo, e incluso en las propias cuadras, pues las camas estaban reservadas para los de la casa, que ya eran unos cuantos. Algún que otro funcionario también estaba hospedado en esta posada; D. Pedro Gaona, médico de Vallelado durante muchos años, era soltero, y estuvo allí  hospedado hasta su muerte. Aquí paso sus últimos días, tanto que cuando la Sra. Isabel le decía que se fuera buscando otro sitio para hospedarse, contestaba: “Señora Isabel, yo de aquí no me voy, que esta es mi casa”. A decir verdad, D. Pedro era un poco cocinillas, como antes se decía, y le gustaba colaborar en la cocina con la dueña para preparar algún guiso de vez en cuando.
         Uno de los últimos clientes que tuvo esta posada, fue un personaje muy conocido, y hasta diríamos famoso, en la comarca de Cuéllar y  hasta Medina del Campo, cuyo nombre a muchos les sonará, "Luisito, el de Pozaldez". Nacido en este pueblo , cercano a la villa de Medina. Su nombre de pila era Luis García Mongero. Trabajó de carpintero con su padre, pero la vida le obligó a salir a buscarse la vida, yendo de pueblo en pueblo pidiendo limosna, a cambio de  alguna canción. Es verdad que  no estaba hecho para la música, aunque cantaba, o al menos lo intentaba. Su corta estatura,  vestido con una chaqueta que casi le servía de abrigo, con  largas mangas ,  le daba un aspecto gracioso y divertido. A la vez que cantaba o decía algún poema improvisado  a las  jóvenes o las amas de casa que salían a recibirle, daba pequeños saltos que hacían más divertido si cabe a Luisito. Siempre muy educado cuando recibía las pequeñas ayudas de las gentes.
         Se quedaba hospedado en la posada, e incluso siguió viniendo,  a principios de septiembre, poco antes de nuestra fiesta, incluso cuando ya no recogían en la posada a ningún cliente; pero Agripino y Lidia le seguían dando cobijo, casi como uno más de la familia. Todos los años volvía y ya era tan conocido que hasta los niños salían de la escuela para ver a Luisito convirtiéndose ese día en una pequeña fiesta. Su graciosa figura y sus brincos hacían reír a grandes y pequeños.
 Pasó sus últimos días en una institución para mayores en Valladolid,  falleciendo en el año 2005, a los dos días de haber cumplido los 92 años.  Fue un gran embajador para su pequeño pueblo, Pozaldez, que de otra forma no habría sido tan conocido.

         Cerca de Cuéllar, junto a los términos de S. Cristóbal de Cuéllar y Viloria, en pleno Camino Real que unía Segovia con Valladolid,  existió una  posada cuyo dueño era el tío Cachapanes.
         En esta posada o venta, paraban los arrieros y personas que iban de un pueblo a otro y  allí pernoctaban. Este mesón tenía una bodega muy grande donde los arrieros metían los animales de carga, mulos y mulas, burros. El tío Cachapanes era un muy aficionado a jugar a las cartas, y cuentan que iba todos los días hasta S. Cristóbal, en un burro, a jugar la partida. Jugaba con el tío Hilario de compañero (el tío Hilario era barbero). De vuelta para casa ya al anochecer o de noche, iba pensando en las jugadas que habían hecho y en los errores que habían cometido. Tal era la obsesión y la afición de este jugador, que en cierta ocasión ya de vuelta para su posada al anochecer, y estando ya cerca de su casa, se dio media vuelta y volvió hasta S. Cristóbal. En el camino se le hizo de noche, pero no le importó y se fue a llamar la casa de su  compañero Hilario; Al oír las voces, el barbero salió a la ventana, muy extrañado por la presencia de Cachapanes y le dijo: ¿qué quieres a estas horas de la noche?, contestando: Oye Hilario, digo que si en la jugada que nos hizo perder, de echar la carta que echaste, hubieras echado esta otra, habríamos ganado la partida. Podemos imaginar la cara del barbero ante esta excentricidad de su compañero de juego, pero poco podía hacer ante ello, pues al día siguiente seguiría otra partida, como si tal cosa.