LA
ÚLTIMA POSADA DE VALLELADO
Ángel Fraile de Pablo
El tiempo pasa inexorablemente para todos, y unas costumbres
van dando paso a otras nuevas, ni mejores ni peores, sino más acordes con la
forma de vida actual. Ciertas palabras que eran muy usadas antaño, se van difuminando en la memoria, y lo que
antes era habitual y nos sonaba familiar, se va transformando en recuerdos más o menos
lejanos. Para los más mayores, que vivieron en primera persona aquellas formas
de vida, estas permanecerán en su memoria, como una parte importante de sus vidas.
Recordamos ahora, dos
palabras que tenían mucho en común, como eran las "posadas" y las
"Ventas". Si abrimos el
diccionario veremos que define "Posada", como ...
"Lugar donde por precio se hospedan o albergan personas, en especial
arrieros, viajantes, campesinos, etc.". En cambio de la palabra "Venta" dice
claramente que es... ..."La casa
establecida en los caminos y despoblados para hospedaje de los pasajeros".
Posada viene de posar, y ésta deriva del latín pausare que significa detenerse. Todas
estas palabras con significados similares
tienen en común el reposo y el descanso, para poder continuar el trabajo o el viaje de
la persona que allí se alojaba.
Atrás en el tiempo, quedan aquellos penosos viajes para
trasladarse de unos lugares a otros. Los traslados, eran lentos y difíciles,
debido a los medios de locomoción y a los malos caminos. Suponían largas
jornadas por caminos polvorientos, y de
difícil tránsito, sobre todo en invierno y en épocas de lluvias. Entonces,
parecía que se disponía de más tiempo, o mejor, el tiempo era considerado en su
justa medida y no nos producía estrés o angustia. En estos lugares había que
hacer noche como si de grandes hoteles se tratara. En muchos pueblos y caminos estaban
estas posadas y ventas, dando servicio a viajeros y caminantes.
Estamos en el siglo XXI y hace ya años que dejó de dar
servicio la última posada en Vallelado, suponemos que por falta de clientes.
Dos han sido las posadas que las personas más mayores han
conocido en Vallelado. Una estuvo situada en plena plaza Mayor, en un edificio
ya desaparecido, frente a la entrada de la iglesia actual. Tenía una gran
fachada que llegaba hasta la carretera, e incluía además el terreno donde hoy
se sitúa el Bar Vicente.
Gregorio de la Calle y su mujer Tomasa Muñoz fueron sus propietarios.
El edificio era amplio, pues además tenía grandes cuadras donde poder resguardar
las caballerías, que eran la fuerza motriz mayoritaria, cuando no existían los
vehículos a motor. Los coches de línea no habían llegado aún y la única empresa
que se dedicaba al transporte de viajeros entre Segovia y Valladolid eran coches tirados por caballos que tenían la
empresa Galo a principio del siglo XX y que transitaban el camino que unía las
dos grandes ciudades, seguramente todo lleno de baches.
Gregorio de la Calle, era muy aficionado a la pelota, cosa
bastante común en Vallelado, por entonces. Se le daba bien y era un gran
jugador. En general, el frontón para jugar a mano, estaba situado en muchos
pueblos en plena plaza mayor, y donde no había un trinquete como tal, se utilizaban
las paredes de la iglesia, como era el caso de Vallelado. Además existieron
además dos frontones particulares.
El lateral de la iglesia que miraba al mediodía, era
conocido por los mayores como "el
trinquete" o "el juego de
pelota". como todavía es conocido por algunos. En toda la comarca se
conocían los mejores jugadores de pelota a mano, y de vez en cuando iban de
unos pueblos a otros, sobre todo en las grandes festividades de cada pueblo, a
demostrar su buen juego a todos los aficionados.
En Peñafiel, retaron dos gitanos a Gregorio a un partido de
pelota, y a ellos se enfrentó, no mano a mano, como sería lo normal, sino dos a uno; Gregorio ante los dos. El
partido fue muy disputado hasta el final. Tan solo quedaba un tanto para
finalizar el partido y estaban empatados. Le tocaba sacar a Gregorio, el "tío
Coco". Hizo un saque tan espectacular, y con tanta fuerza, que los dos
contrincantes, no tuvieron ocasión de
devolver la pelota, quedando el público
sorprendido de la fuerza de dicho saque y hasta donde había llegado la pelota.
El partido finalizó quedando como ganador Gregorio. Cuentan, que donde votó la
pelota, hicieron una marca clavando una piedra, y durante muchos años allí permaneció, para
asombro de todos, pues dicen que nadie nunca había hecho un saque similar. La
fama de Gregorio recorrió toda la comarca.
Tomasa y Gregorio tuvieron
8 hijos: Prudencio, Francisco, Teófilo, Pedro, Eugenia, Evaristo, María
y Mariano. Hace ya más de 60 años que
desapareció esta posada, y en el lugar que ocupaba se construyeron nuevas
viviendas.
La última posada que hemos conocido en Vallelado, estuvo
regentada los últimos años por Agripino y Lidia. Ya lleva muchos años, que
también cerró.
Vallelado, no se encuentra situado en ningún cruce
importante de caminos, pero tenía la particularidad en aquellos años, (cuando
las comunicaciones eran básicamente con animales de tiro y carga) que se
encontraba equidistante a lugares comerciales importantes como Valladolid,
Medina del Campo, y la ciudad de Cantalejo, centro importante del comercio de
la zona . La distancia a esos lugares era de unos 45 km, que era lo que podía cubrir en un día una caballería, antes
de descansar y poder continuar viaje.
Cuando los vehículos y camionetas
empezaron a generalizarse, por los años 70 del pasado siglo, las posadas y ventas se hicieron menos
necesarias, pues muchos de sus clientes ya no tenían que hacer noche y volvían
a su casa de regreso al terminar la jornada. La última posada de la que hablamos estaba
situada muy cerca de la plaza Mayor, en la C/ Constantino Arranz, frente a la
plaza de Modesto Fraile. El edificio que acogió a tantos y tantos clientes, hoy
se conserva tal cual y allí habitan los antiguos propietarios.
Manuel Arranz y su mujer Abdona Muñoz
(Sra. Dona), fueron los que inauguraron este establecimiento. Con el tiempo pasó
a uno de los hijos, Modesto Arranz , casado con Isabel Sacristán. Además de posadero, Modesto era barbero y allí
acudían regularmente a afeitarse los hombres, una vez a la semana, o en
vísperas de grandes festividades. Más
tarde regentaron el negocio de la posada, su hijo Agripino y Lidia Velázquez, su mujer.
Durante todo el año, por allí pasaban
gentes de diversos lugares y con oficios y ocupaciones muy diferentes:
Tratantes de ganados, carpinteros y trilleros de Cantalejo, tratantes de cerdos
de Salamanca, aceituneros, pimenteros de la comarca extremeña de la Vera, silleteros, capadores, especieros, mieleros, cacharreros, chocolateros, marraneros de Matapozuelos, de Palazuelos de Vedija,
tenderos de Bernardos, y un sinfín de profesionales que llevaban sus productos
a vender por los distintos pueblos. Muchos de estos comerciantes eran muy
conocidos en la comarca por sus apodos o motes. Por aquí pasaban cada año la
tía Melitona de Cantalejo y el Tío Manos
negras, etc.
Allí comían y pernoctaban, al igual que
las caballerías, que reposaban en las numerosas cuadras que tenían en el corral,
que muchas veces no eran suficiente para tanto ganado.
Generalmente, todos los inquilinos
comían en la misma fuente, al menos en
los primeros años y las más de las veces se disputaban, entre ellos las pocas
tajadas que contenía el guiso. El hambre
de entonces, era necesidad, y al comer en la misma fuente, a veces quedaban a
un lado las mejores tajadas, y cuando alguno se despistaba un poco, mientras empinaba
la bota de vino, con la vista al cielo,
los compañeros volvían la cazuela para que las tajadas quedasen de su parte,
con las consiguientes discusiones.
Dormían en sacas de paja, en el suelo,
e incluso en las propias cuadras, pues las camas estaban reservadas para los de
la casa, que ya eran unos cuantos. Algún que otro funcionario también estaba
hospedado en esta posada; D. Pedro Gaona, médico de Vallelado durante muchos
años, era soltero, y estuvo allí
hospedado hasta su muerte. Aquí paso sus últimos días, tanto que cuando
la Sra. Isabel le decía que se fuera buscando otro sitio para hospedarse,
contestaba: “Señora Isabel, yo de aquí no
me voy, que esta es mi casa”. A decir verdad, D. Pedro era un poco
cocinillas, como antes se decía, y le gustaba colaborar en la cocina con la
dueña para preparar algún guiso de vez en cuando.
Uno de los últimos clientes que tuvo
esta posada, fue un personaje muy conocido, y hasta diríamos famoso, en la comarca
de Cuéllar y hasta Medina del Campo,
cuyo nombre a muchos les sonará, "Luisito, el de Pozaldez".
Nacido en este pueblo , cercano a la villa de Medina. Su nombre de pila era
Luis García Mongero. Trabajó de carpintero con su padre, pero la vida le obligó
a salir a buscarse la vida, yendo de pueblo en pueblo pidiendo limosna, a
cambio de alguna canción. Es verdad que no estaba hecho para la música, aunque
cantaba, o al menos lo intentaba. Su corta estatura, vestido con una chaqueta que casi le servía de
abrigo, con largas mangas , le daba un aspecto gracioso y divertido. A la
vez que cantaba o decía algún poema improvisado a las
jóvenes o las amas de casa que salían a recibirle, daba pequeños saltos
que hacían más divertido si cabe a Luisito. Siempre muy educado cuando recibía
las pequeñas ayudas de las gentes.
Se quedaba hospedado en la posada, e
incluso siguió viniendo, a principios de
septiembre, poco antes de nuestra fiesta, incluso cuando ya no recogían en la
posada a ningún cliente; pero Agripino y Lidia le seguían dando cobijo, casi
como uno más de la familia. Todos los años volvía y ya era tan conocido que
hasta los niños salían de la escuela para ver a Luisito convirtiéndose ese día
en una pequeña fiesta. Su graciosa figura y sus brincos hacían reír a grandes y
pequeños.
Pasó sus últimos días en una institución para
mayores en Valladolid, falleciendo en el
año 2005, a los dos días de haber cumplido los 92 años. Fue un gran embajador para su pequeño pueblo,
Pozaldez, que de otra forma no habría sido tan conocido.
Cerca de Cuéllar, junto a los términos
de S. Cristóbal de Cuéllar y Viloria, en pleno Camino Real que unía Segovia con
Valladolid, existió una posada cuyo dueño era el tío Cachapanes.
En esta posada o venta, paraban los
arrieros y personas que iban de un pueblo a otro y allí pernoctaban. Este mesón tenía una bodega
muy grande donde los arrieros metían los animales de carga, mulos y mulas,
burros. El tío Cachapanes era un muy aficionado a jugar a las cartas, y cuentan
que iba todos los días hasta S. Cristóbal, en un burro, a jugar la partida. Jugaba
con el tío Hilario de compañero (el tío Hilario era barbero). De vuelta para
casa ya al anochecer o de noche, iba pensando en las jugadas que habían hecho y
en los errores que habían cometido. Tal era la obsesión y la afición de este
jugador, que en cierta ocasión ya de vuelta para su posada al anochecer, y
estando ya cerca de su casa, se dio media vuelta y volvió hasta S. Cristóbal.
En el camino se le hizo de noche, pero no le importó y se fue a llamar la casa
de su compañero Hilario; Al oír las
voces, el barbero salió a la ventana, muy extrañado por la presencia de
Cachapanes y le dijo: ¿qué quieres a estas horas de la noche?, contestando: Oye
Hilario, digo que si en la jugada que nos hizo perder, de echar la carta que
echaste, hubieras echado esta otra, habríamos ganado la partida. Podemos
imaginar la cara del barbero ante esta excentricidad de su compañero de juego,
pero poco podía hacer ante ello, pues al día siguiente seguiría otra partida,
como si tal cosa.