EL PALOMAR DEL TÍO CÁNDIDO
(Publicado en revista "La Villa" Nº 54, diciembre 2014)
Ángel Fraile de Pablo
Ciertas actividades que eran tradicionales en nuestros pueblos no hace muchos años, se van perdiendo poco a poco, unas veces por falta de interés, otras porque "no son rentables" como ahora decimos. A todo esto ha influido la masiva emigración a las ciudades que se produjo a partir de la década de los 60 del siglo XX, dejando muchos pueblos con pocos vecinos, la mayoría de ellos en edades avanzadas.
Una de las construcciones más populares son los palomares, que desgraciadamente han ido desapareciendo, de nuestros pueblos y campos, a excepción de algunas zonas, como puede ser la cercana "Tierra de campos", donde el entusiasmo y el cariño de unos pocos, ha mantenido y conservado en pie algunos de ellos. Gracias a los amantes de estas construcciones se han podido proteger, poniéndolos en valor, sabedores de lo que supusieron para las personas que los construyeron. Por todo ello, algunos se han conservado y quedan como testigos de nuestra historia y tradición.
Variadas eran las formas de estas construcciones. Unos de planta cuadrada otros de forma rectangular y también de base circular como seguramente hemos visto en la Tierra de Campos, o de planta hexagonal. En San Cristóbal de Cuéllar hemos conocido dos de forma circular, de los cuales apenas quedan unos vestigios, al igual que en Mata de Cuéllar.
En Vallelado, solo queda uno de estos palomares en activo, en el lugar que han dado nombre al pago donde está ubicado. En el camino de San Cristóbal, hoy ya formando parte del casco urbano, podemos divisar la silueta de esta construcción, junto a otro de similares características, aunque en franca ruina. Actualmente las palomas solo anidan en uno de ellos que sus últimos dueños han ido reparando, más por respeto a la memoria de sus abuelos que lo levantaron, que por la utilidad económica que ello supone. Esta construcción, es posible que tenga unos 140 o 150 años. Fue construido por José Cuéllar y Gumersinda del Ser, abuelos paternos de Encarna Cuéllar, su última propietaria que recibió por herencia de su padre Cándido.
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Estos palomares estaban habitados por palomas bravas, o bravías como también se conocen, aunque hoy ya se encuentran cruzadas con las domésticas. Además de estos, algunos vecinos tenían en sus viviendas algún pequeño local que era usado como palomar, con palomas domésticas, para el propio consumo. Estos palomares domésticos, de pequeña extensión en general, se podían averiguar o localizar por una señal que se ponía en lo alto del tejado para que sirviera de guía a las palomas. En varios de ellos, recuerdo que tenían colocada en lo alto de un palo largo, que levantaba sobre el tejado, una jarra de cerámica o barro generalmente de color blanco como distintivo.
El conocido como palomar del Tío Cándido, es el único que queda en pie en Vallelado, y ocupa una extensión de unos 50 m2. La orientación es Norte-Sur, con un tejado que desagua al mediodía, y donde se encuentran la tronera o el espacio por donde entran y salen las palomas. Esta entrada solía ser de pequeño tamaño para que pudieran entrar y salir las palomas, pero no otras aves más grandes que serían mal recibidas, además de representar un peligro para la comunidad. El tejado está resguardado del cierzo, del poniente y del saliente ya que las paredes que miran a ellos se encuentran un poco más elevadas que el propio tejado para reguardar a las palomas de las inclemencias meteorológicas y del viento, y que así puedan descansar o estar en el mismo reposando en los crudos meses del invierno castellano. Actualmente y debido a las reformas realizadas en la construcción solo queda resguardada la parte que mira al saliente.
El palomar, en este caso, es de base cuadrada. El zócalo inferior que está en contacto con el suelo está levantado en piedra un metro, hasta que comienza la fábrica con los ladrillos de barro. Tiene la función este zócalo, de proteger la base de la humedad, y del goterío de la lluvia. La estructura de las cuatro paredes a partir de este zócalo es de adobas de barro. La puerta de entrada está orientada al Sur.
Por toda la parte interior, a un metro del suelo, se levantan los nichos, distribuidos por las cuatro pareces hasta lo más alto del palomar, que está rematado por una estructura de madera. Existen unos 400 nichos donde las palomas hacen su nido y crían a sus palominos. En épocas de bonanza, las palomas hacen nidos hasta en el propio suelo por falta de espacio.
El gasto para el mantenimiento de las palomas, en cuanto a su alimentación, no suele ser muy grande, pues durante la mayor parte del año, se alimentan en el campo, más en nuestra zona donde abundan los cereales. En el invierno, cuando el alimento escasea, es necesario cuidarlas con cebada u otro cereal, y sobre todo cuando el campo se cubre de nieve, por la incapacidad de conseguir comida en el exterior.
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La cría de palomas por el hombre, es una costumbre muy antigua, y ya la practicaban egipcios y romanos. Era una actividad ligada al campo que requería de pocos cuidados, para su mantenimiento, una vez construido el palomar donde iban a protegerse las palomas. Los materiales de construcción eran sencillos y baratos pero de una gran utilidad, aunque claro está dependería de la zona y de la fácil disposición de los mismos. En Vallelado, al igual que en la cercana comarca de Tierra de Campos, la construcción se hacía con adobes de barro, un material fácil de conseguir y trabajar. El adobe se fabricaba con tierra, agua y paja de cereal, todo bien mezclado. Mediante un molde de madera llamado mencal; este se llenaba de la mezcla hecha con la paja, para luego dejarla secar al sol unos días, y listos para empezar a construir. Tanto el adobe como el mencal no tenía una determinada medida, sino que dependía de las necesidades y del gusto del constructor. Por tanto los mencales podían ser para fabricar a la vez dos tres o cuatro adobes; de más cantidad no sería práctico a la hora de su manejo. Una curiosidad que se oye decir a la gente mayor, es que dependiendo del tamaño de estos ladrillos de barro, había "adobes" y "adobas", siendo los primeros de un tamaño menor y más pesadas las segundas. El caso que nos ocupa tiene unas gruesas paredes hechas con adobas.
El poseer uno o varios palomares, antiguamente, era signo de riqueza y se consideraba de alta posición social a sus propietarios. A mediados del siglo XVIII había en Vallelado tres palomares de palomas bravas, que pertenecían a D. José Morales, D. José de Ayala y Doña Francisca de Zurita, todos ellos grandes hacendados.
El rendimiento de estos palomares era doble, pues además de la carne de paloma y de los pichones (estos muy apreciados), era de gran valor agrícola la palomina o excrementos de estas aves, que era muy utilizado en huertas y campos, como abono natural.
Ya en el siglo XV, el rey Enrique IV, aprueba una ley para su protección, con importantes multas para aquellos que les destruyeran o que matasen las palomas .
Las ordenanzas de la Villa de Cuéllar y su tierra de en 1499, citaban normas para la defensa y protección de los palomares. Los vecinos de Cuéllar y su Tierra podían cazar y pescar libremente en la mayor parte de su territorio, respetando las pragmáticas reales, las provisiones dictadas por los Duques de Alburquerque. Éstas leyes prohibían entre otras cosas cazar palomas a menos de una legua alrededor de los palomares
Por una valoración de bienes vecinales que se hizo con fines contributivos en 1851, sabemos que en Vallelado había entonces cuatro palomares.
La tradición de criar palomas en España, parece que se la debemos a los romanos. Ya en el primer siglo de nuestra era, el escritor Plinio El Viejo da instrucciones precisas sobre cómo construir palomares y criar palomas.
La carne de paloma, era muy apreciada, aunque se consideraba fuerte de sabor y en ocasiones dura. Esta carne no podía consumirse inmediatamente de sacrificar al animal pues resulta correosa y dura, por lo que la costumbre era de tenerla varios días para que se orease y así las fibras musculares podían ser mejor digeridas y en efecto era lo más adecuado.
La paloma una vez hecho el nido pone dos huevos que incuba durante 18 - 20 días, al cabo de los cuales eclosionan y salen los palominos o pichones. (Aunque la denominación de palominos o pichones suele utilizarse indistintamente, lo correcto sería usar la palabra "Palomino" cuando se trata de palomas bravas, y "Pichón" si la cría es de paloma casera. En este caso al estar cruzadas, estaría bien empleado cualquiera de los dos nombres).
Los pichones estaban considerados hace años como de gran valor nutritivo para enfermos y convalecientes. Recuerdo a la abuela Agustina, mujer del tío Cándido, llevar recogidos en el propio mandil, alguna pareja de pichones a los vecinos y familiares enfermos, y que regalaba con la buena intención de ayudar a su recuperación. Una estampa que se me ha quedado grabada de cuando era niño. Todavía hay zonas donde estos palominos son muy apreciados en los restaurantes locales, que los preparan como lo que son, una exquisitez para el paladar.