Con inmenso gozo y alegría, queremos llegar nuevamente hasta todos ustedes, este nuevo año desde la geografía de esta pequeña ciudad austera y transparente, oteada por el adarve con sus 2500 almenas y 88 torreones y como bien reza su historia que “alimenta sueños del alma”, y a un tiro de piedra, de ese gótico monumento donde yace con fuerza un hito a la concordia. En este año especial por ser jubilar teresiano. Es nuestro deseo acercarnos a la navidad recorriendo esas huellas teresianas del humilladero, los cuatro postes, los conventos de San José su primera fundación en pobreza donde rechazo el animus donandi y Santa Teresa, el monasterio de la encarnación, donde vio la fuerza de Dios muy llagado pasando con mucha premura de la mano de San Juan de la Cruz y el monasterio de nuestra señora de gracia donde su padre la recluyo para domar su rebeldía en su tierna orfandad.
Y es que. “La fe hace posible lo que por razón natural no lo es” (Santa Teresa) el corazón tiene razones que la razón desconoce y Debemos recordar el sentido profundo y verdadero de la Navidad. Porque Navidad es hacer vida en nuestros corazones el nacimiento de Jesucristo, y diríamos más, ponerle una cuna en nuestra alma, porque es en ella, donde él se deleita, donde goza con cada uno de nosotros sus criaturas e imágenes de barro vivas de su amor. Por eso, cuando tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos imprimían; por eso me adamabas, y en eso merecían los míos adorar lo que veían, (…) Allí me mostrarías, aquello que mi alma pretendía, y luego me darías, allí tú vida mía, aquello que me diste el otro día. (…) Y dice le al pastorcillo: ¡Ay desdichado de aquel que de mi amor ha hecho ausencia. Y no quiere gozar de mi presencia y el pecho por su amor muy lastimado. No llora por haberle amor llagado, que no le pena verse afligido, aunque en el corazón está herido, más llora por pensar que está olvidado. Desde estas frases de quienes les unía la amistad espiritual recordamos con nostalgia los recuerdos de hace 500 años atrás que nos permiten vivir el presente con pasión, armonía y paz y el futuro con una inmensa esperanza. Sabiendo que María que quiso ser madre de Dios y es madre nuestra, que abajo los montes elevados y las colinas escabrosas, que allanó los senderos para llegar hasta su hijo como el camino, la verdad y la vida, que es consoladora de los afligidos y salud de los enfermos, les acompañe siempre y en todo momento, hasta llegar a belén, ese lugar luminoso, escuela de encuentro con la pobreza, la humildad y la sencillez, en el rostro del otro, que nos interpela con su presencia, con su dolor, con sus reclamos. Y con sus alegrías que contagian. Cargados de una profunda esperanza no solo como la realidad más bella y más importante entre todas, sino que es la que verdaderamente hace valer a todas las cosas; sin ella, todo se pierde y se vacía. A los creyentes nos queda la misión y el gozo de dar razón de