Ángel Fraile
Hace unos días, fallecía en Iscar, Mª de los Ángeles Cuéllar González. La familia de María es muy conocida y querida en Iscar. Sus padres, eran naturales de Vallelado, y fueron Marcelino e Inés. Pronto la familia se instaló en Valladolid, donde regentaron una carnicería. Maruja, que así era conocida por todos, aunque había nacido en Valladolid, nunca se olvidó de sus raíces familiares y siempre presumía ser de Vallelado. Su esposo, ya fallecido también, D. Cruz Sánchez, de profesión veterinario, era natural de Villaverde de Iscar. Se instalaron en Iscar, donde formaron una extensa familia con 11 hijos. El padre de Maruja, Marcelino, era hermano de Salustiano Cuéllar, que fue alcalde de Vallelado en los años 50 y 60 del siglo XX.
Marcelino Cuéllar, en plena Guerra Civil, y tras el fallecimiento de Constantino Arranz en la contienda, a finales de 1936, propone al Ayuntamiento de Vallelado, que se le dé el nombre de una calle…” costeando el mismo el coste de la lápida destinada a tal fin”.
Hemos visto la noticia del fallecimiento de Maruja, en el diario, El Norte de Castilla, así como el Obituario de Luis Sánchez Merlo, que reproducimos a continuación.
MARUJA CUÉLLAR,
LA PUERTA SIEMPRE ABIERTA EN LA PLAZA MAYOR DE ÍSCAR
Luis Sánchez-Merlo
El Norte de Castilla. Sábado, 4 de octubre 2025, 20:01
Fallecida a los 92 años, deja en su familia, de nueve hijos, consortes, nietos y bisnietos, un modo muy personal de celebrar lo sencillo, con cercanía, generosidad y sentido del humor
Nacida en 1933, María Ángeles (Maruja) Cuéllar González que vino al mundo en un tiempo difícil, marcado por la inquietud de una Europa al borde de la guerra, ha fallecido estos días. Su vida abarcó casi un siglo de transformaciones y desafíos: del carbón a la inteligencia artificial, de la radio familiar al universo digital. Fue niña en los años de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial, con una infancia de privaciones, a caballo entre Vallelado (Segovia) bastión familiar, y Valladolid, donde sus padres regentaban una carnicería en el mercado del Val.
Más cerca de 'La Rubia', en el Camino Viejo de Simancas, en una finca con piscina y merendero, conoció -con los buenos oficios de su tío, Pedro Sánchez Merlo- al que sería su compañero de vida durante 45 años. Cruz Sánchez de la Calle, un joven apuesto, estudiante de Veterinaria y hábil con el tractor en la finca vecina.
Testigo discreto y sereno de un tiempo convulso, marcado por guerras, cambios y esperanzas, Maruja supo encontrar lo esencial en lo cotidiano y lo hizo con una presencia constante y generosa. En ese entorno de esfuerzo y valores sólidos, forjó carácter en el colegio de la Enseñanza, donde aprendió el significado de la responsabilidad y del trabajo, virtudes que la acompañarían toda su vida. Creció en la España austera y contenida de la posguerra, y alcanzó la juventud en los años del desarrollismo, cuando el país empezaba a abrirse poco a poco al turismo, a la modernidad y a nuevas formas de vida.
En un país que atravesó guerra, autocracia y democracia, supo adaptarse a cada etapa: de los años grises de la dictadura al entusiasmo de la Transición, cuando la Constitución del 78 trajo el aire fresco de la democracia. Vivió la entrada de España en el Mercado Común, el esplendor del 92, la llegada del euro y tantas transformaciones que cambiaron para siempre el paisaje del país que había visto nacer.
Ya en el nuevo siglo compartió las incertidumbres de la globalización, las heridas de los atentados terroristas, la crisis económica y, más tarde, la pandemia que alteró el mundo. En sus últimos años aún pudo contemplar cómo la guerra regresaba a Europa con el conflicto de Ucrania. Su vida, que se apagó el 1 de octubre de 2025, atravesó casi un siglo entero. Pero, más allá de los grandes acontecimientos, quienes la conocieron guardan el recuerdo imborrable de su fortaleza, generosidad, humor y cercanía, siempre disponible para los demás.
Una extensa familia
En el número 13 de la Plaza Mayor de Íscar, la puerta de la casa donde vivió setenta años permaneció siempre abierta, para que cualquier niño pudiera entrar a beber agua mientras jugaba en la plaza. Deja en su familia y en todos los que compartieron su vida, ese modo suyo de celebrar lo sencillo: la conversación, la familia, la amistad. Una huella personal que seguirá viva en quienes tuvieron la suerte de compartir su camino.
Escribió Miguel Delibes: «Morir no es malo para el que muere; es tremendo para el que queda navegando por la estela que el otro trazó».
La estela que Maruja deja tras de sí es la de una puerta siempre abierta, la risa compartida y la fortaleza tranquila que acompañará a quienes tuvieron la suerte de estar a su lado.
Se sobrepuso a las dificultades sin estridencias, con una dignidad que nadie olvidará. La buena cocina, las matanzas, las sobremesas compartidas, su sonrisa que desarmaba cualquier enojo, las rutinas diarias y el cuidado de nueve hijos —con sus consortes— de sus nietos y bisnietos, componen el retrato más íntimo de su legado.
Y, siempre, el recuerdo imperecedero de Cruz, su compañero de vida; de sus hijos Juan Cruz (1968) y Javier (1986), fallecidos en edades tempranas; y de Victoria, esposa de su hijo Carlos, perdida en 2007 en un terrible accidente de tráfico.
María Ángeles (Maruja) Cuéllar González nació en Valladolid el 6 de marzo de 1933 y falleció en Íscar, el 1 de octubre de 2025.