El próximo domingo, 6 de julio, el programa de RNE "España Rural", emitira un segundo programa sobre Vallelado.
Será como siempre a las 13 horas en RNE
Nueva sección de Vallelado.net en la que iremos colocando las noticias y los comentarios que nos enviéis.
Será como siempre a las 13 horas en RNE
Justo y Genoveva
Ángel Fraile de Pablo
Vivimos en un mundo, en que las comunicaciones, de pocos años hasta ahora, han dado un giro total. Ha cambiado la forma de comunicarnos, en gran medida por los sistemas electrónicos que nos hacen la vida más fácil. Pero, como todo en esta vida, también creo yo que hemos perdido ciertos detalles en esta evolución. Tenemos más facilidad para comunicarnos, sin embargo, esta comunicación es menos directa y cercana.
El servicio de correos que había hace años en todos los pueblos, era un servicio fundamental para que las personas y las familias se comunicasen, cuando aún no existía el teléfono. Las comunicaciones con familiares, amigos y gente que vivía lejos, era por carta, por lo que el cartero era una persona muy importante en aquellos tiempos.
Podemos decir que fue a mediados del siglo XVIII cuando se crea el llamado Cuerpo de Carteros Urbanos. El oficio de Cartero era un servicio, muy valorado en todos los pueblos, y como no en Vallelado. Generalmente era un oficio que pasaba de padres a hijos.
En este caso vamos a referirnos, más o menos, a los últimos 100 años. Ya antes de la Guerra Civil española, estaba de cartero en Vallelado Florentino Vega Santamaría. Florentino, compaginaba el oficio de cartero con la agricultura. La cartería le quitaba unas horas, pero la mayor parte del día cuidaba de su hacienda, de su labranza, me refiero. Una labranza pequeña, como eran las de aquellos años, salvo alguna excepción. Con los dos trabajos iba manteniendo a su familia. Estaba casado con Eugenia de la Calle Muñoz. Este matrimonio tuvo cinco hijos: Juan, Gregorio, Rosario, Justo y Amparo. Juan y Gregorio, de muy corta edad, se fueron a vivir a Madrid, con un hermano de su madre.
Florentino tenía que ir a llevar y recoger la correspondencia de Vallelado, a la cabecera de comarca, a Cuéllar. Subía en su bicicleta todos los días, excepto festivos, y en una saca bajada las cartas revistas, comunicaciones de los bancos y demás.
A principios del año 1958, se adjudica a la empresa Galo Álvarez, el servicio de viajeros en la línea de Cuéllar a Remondo, pasando por Torregutiérrez, San Cristóbal, Vallelado Mata de Cuéllar y Remondo. A partir de entonces la correspondencia la trae y la lleva el coche de línea, una gran ventaja para todos los carteros, que ya no tienen que viajar hasta Cuéllar, ni estar pendiente de las inclemencias del tiempo, haga frío, calor, llueva…
El reparto se hacía, casa por casa, y corría a cargo de la hija de Florentino, Amparo, que desde muy pequeña tuvo que aprender el oficio, y colaborar en el mantenimiento de la familia.
Cuando por edad se jubila Florentino, coge el oficio su hijo Justo, oficio que también compatibiliza con la labranza de su padre. Empezó como cartero en el año 1957, en aquel año aún no se había inaugurado el servicio de viajeros de la empresa Galo. Valerio San Miguel, que estaba de cartero en el vecino pueblo de Mata de Cuéllar, subía con su moto a recoger la correspondencia a Cuéllar, y de paso bajaba también la de Vallelado.
Una vez que se recibía la saca con toda la correspondencia, se llevaba a casa y allí había que clasificar todo el contenido. Se descargaba la saca en una mesa grande y se separaban los distintos elementos. Por supuesto que esta tarea también corría a cargo de sus hijas, primero Celia y luego con su hermana Mª Polo, como lo habían hecho anteriormente su tía Amparo. En la misma saca venían cartas de familiares o conocidos, distintas revistas, de suscritores como: “El granito de Arena”, “El Promotor, “El buen amigo”, “El pan de los pobres, los periódicos habituales de aquellos años, tanto a nivel nacional como regional: “ABC, Ya, Adelantado de Segovia, Norte de Castilla, que llegaba a casa de los suscriptores. Además de periódicos y revistas, se recibían paquetes. Por supuesto que no existía internet, ni Amazon. La publicidad de los almacenes y tiendas de entonces, como: “El Corte Inglés, Galerías Preciados, era a través de revistas que enviaban a los domicilios. En las revistas había cupones para pedir los distintos productos anunciados, que se enviarían por correo, y al cabo de algunos días se recibía el producto deseado. No era tan rápido como ahora, pero tenía su atractivo, pues se esperaba con gran ilusión a que llegase lo encargado, quizás con mayor ilusión que ahora, que casi antes de pedirlo ya lo tienes en casa.
Un servicio fundamental era la de poder recibir y enviar giros de dinero, bien a familiares o en muchos casos a soldados que se encontraban haciendo el servicio militar, y necesitaban lo que ahora conocemos como Cash, y que es dinero en efectivo.
Un día al mes se pagaban las pensiones, dinero en mano, cuando no había bancos nada más que en las ciudades. Este sí que era un servicio fundamental para aquellos años. Las suscripciones a las distintas revistas y periódicos se cobraban anualmente.
Como ya he indicado, Justo se dedicaba básicamente a atender sus tierras y labranza, y el trabajo de cartero, al igual que había hecho su padre, lo hacía básicamente su hija Celia. Celia empezó tan solo con 7 años a repartir el correo, y luego ayudada por su hermana M.ª Polo. Celia estuvo repartiendo el correo durante unos 13 años.
Por la tarde noche, cada día y después de ordenar y clasificar toda la correspondencia, se abría la casa de Justo, que se encontraba en plena plaza Mayor, frente a la iglesia, y allí en un horario determinado todo el mundo podía ir a recoger sus cartas y demás, o a preguntar si había algún paquete que habían encargado y que siempre se pagaban contra reembolso, o sea cuando se recibía el paquete. En la fachada había colocado un buzón, que en principio era de color gris, donde se depositaban las cartas para enviar al día siguiente. Antes de llegar el coche de línea había que coger todas ellas y ponerlas el matasellos correspondiente en el sello de Correos, sellos que también se despachaban allí mismo. Generalmente todos los sellos de las cartas llevaban la efigie de Franco, exclusivamente, y después la del rey Juan Carlos. Las cartas que llevaban más peso del normal eran pesadas en una balanza, y tenían pagar el recargo correspondiente al peso.
La correspondencia que no se había recogido en mano había que repartirla casa por casa. Se da la circunstancia, si hablamos de mediados del siglo XX, que en aquellos años las cartas venían únicamente con el nombre y un apellido, y en muchas no venía ni el nombre de las calles. Tampoco las calles tenían rótulo, y algunas no tenían ni nombre oficial. Por supuesto que el número de cada casa era una excepción. En multitud de ocasiones los nombres y apellidos se repetían, lo que generaba en algunos casos un pequeño inconveniente que había que resolver. Existía la costumbre de cuando nacía un hijo ponerle el nombre del padre, del abuelo, abuela, por lo que a veces era una labor delicada el localizar al verdadero destinatario, cuando había 2 o 3 personas en el pueblo que tenían el mismo nombre y apellido. Aquí entraba en juego la habilidad y la experiencia de los años. Se resolvía frecuentemente por el remite de la carta, que daba pie a localizar quien era la persona a la que iba destinada. Ahora esto sería imposible, pues el cartero/a, suele ser una persona que no es del pueblo, y que cambia cada cierto número de años. Además, que en aquellos años no había buzones en las casas, por lo que el cartero iba puerta por puerta y se anunciaba:” el correo”, y la persona salía a recibir la correspondencia, y de paso muchas veces a dar alguna noticia o charlar…” Que alegría, es una carta de mi tío Rufino que vive en Málaga”, o cosas similares.
El trabajo de cartero requería de cierta empatía, y era muy agradecido por parte de la gente. El cartero conocía a todos los vecinos, e incluso la letra del remitente, y podía saber a quién iba dirigida la carta, si existía alguna duda.
Una costumbre, ya desaparecida desde hace bastantes años, es que cuando fallecía algún familiar, durante un tiempo las cartas y el sobre que se enviaban tenían por el exterior un ribete negro que indicaba que la familia estaba de luto. Enseguida que se recibían esas cartas, y antes de abrirlas, ya conocían que había habido alguna desgracia.
Otra costumbre era que las cartas que iban dirigidas a familiares que vivían en países lejanos, como podía ser América y que tenían que viajar por avión, el sobre tenía un contorno con franjas rojas y azules. Estas cartas tenían un franqueo mayor que las ordinarias, por lo que el sello era de mayor valor.
Además, se pagaban por este medio las pensiones. Una vez recibido el dinero, contante y sonante, la persona tenía que firmar el recibí, y como había muchas personas que no sabían, firmaban con el dedo pulgar, una vez impregnado de tinta.
Tanto los reembolsos, giros, pagos pensiones, etc, quedaban registrados en un libro oficial que había que llevar al día, pues regularmente venia una inspección y todo tenía que estar en orden.
El servicio de correos sigue siendo importante, pero en los últimos años ha cambiado sustancialmente y ya no es tan directo el contacto con los vecinos. Ahora la correspondencia se deposita en los buzones, y las cartas suelen venir con la dirección completa, para que no haya confusiones.
Además de cartero y labrador, justo era un gran aficionado a elaborar vino, de las uvas que vendimiaba en su majuelo de cascón. Un vino blanco que con tanto cariño cuidaba. En la misma vivienda donde habitaba con su familia tenía su bodega, y cada mañana bajaba a realizar alguna tarea en el tiempo en que se elaboraba el vino. En una de las fotos le vemos jarreando el vino en uno de los cubetes.
Recuerdo que un servidor charlaba de vez en cuando con él, y si en alguna ocasión le decía: ¿Qué hace Justo?... siempre me contestaba: “Justo de nombre”.
Mi agradecimiento a Celia y M.ª Luz, por haberme facilitado los datos familiares y las fotografías para poder realizar este entrañable artículo.